El humorista Víctor Parrado se enfrenta al público del teatro Alfil con un monólogo fabuloso al que ha llamado ‘El Peliculero’. Humor blanco (me atrevería a decir que hasta para todos los públicos) repleto de intervenciones con el público. Tanto es así, que a ratos olvidas que estás en un monólogo y a falta de un cafecito (o copa) en las manos, bien podrías pensar que estás en una “quedada” de perfectos desconocidos con un punto en común: las ganas de reír.
Parrado es un mago del humor. Así de claro. Quizá no sea el más popular de su quinta, pero va ganando puntos de fama bien merecida. Dos horas de show en las que se le saltan las lágrimas a espectadores de edades entre los 9 años y los seteintaytantos años. Hacer reír, es muy complicado. Juntar a gente de edades tan diversas y que todos rían, mucho más. Y llenar hasta arriba el teatro un domingo a las 5 pm, con valientes que se saltan la siesta y paraguas en mano sortean la pandemia para ir al teatro… eso es de ser un cómico como la copa de un pino.
Hay que destacar la habilidad de Parrado para bailar. Se marca un par de momentos memorables. Lo de cantar… no es su fuerte, o quizá sí, pero lo hacía regular (tirando a mal) para arrancar más momentazos. Otros hits del show destacables: los vídeos con doblaje “original”, los resúmenes para millenials de las pelis Grease, Guardaespaldas o Ghost y los momentos en que Parrado nos abre su corazoncito y nos deja cotillear en su pasado, como las fotos de los disfraces que su madre le cosía… ¡impresionante!
Pero de todo el show, me quedo con las interacciones con el público. Impacta la rapidez con la que juega con los espectadores: nombres, edad, gustos…. con cualquier detalle él hace comedia, de la buena, de la sincera, sin caer en la burla. Y el público se rinde a su talento. Porque, como él dice, a nadie le sobra en su vida un poco más de humor y otro tanto más de amor.
