Visitar el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, en la sierra del Guadarrama, en Madrid, es la mejor manera de recorrer la historia de España, su cultura y aspiraciones ideológicas del “Siglo de Oro” y muy especialmente el reinado de Felipe II.
Acompáñame a descubrir los misterios y leyendas que esconde este impresionante monumento que desde 1984 forma parte de la lista de Patrimonio de La Humanidad. Su fascinante historia no te dejará indiferente, ¡te lo aseguro!
1. Las Puertas del Infierno
El Diablo siempre ha estado muy presente en el origen del monasterio. Las voces del pasado recuerdan una tradición local que recuerda que el solar sobre el que se levantó el monasterio (elección del propio monarca Felipe II), se encuentra sobre una de las puertas del Infierno. ¿Holaaa? ¿Hay alguien ahí?
¡Tranquilidad! La leyenda es atribuida por la supersticiosa creencia de que levantar un templo emulando al rey Salomón complace a Dios y así se obstruye un acceso al mundo de ultratumba ¡Qué rebuscado! ¿No?
No obstante, cerca de la famosa “Silla de Felipe II”, un excelente mirador donde el rey contemplaba la evolución de las obras del monasterio, se han encontrado vestigios de una piedra que en épocas prehistóricas fue un altar de sacrificios utilizado por los vetones, el misterioso grupo de pueblos prerromanos vinculados a la cultura celta.
2. “La Parrilla”
Al monasterio de El Escorial se le conoce popularmente, como “La Parrilla”, interpretado como un homenaje a San Lorenzo, el cual fue quemado vivo en una parrilla.
Felipe II mandó construir esta obra de arte para conmemorar su victoria en la Batalla de San Quintín, el 10 de agosto de 1557, día de San Lorenzo. Esta fue la razón que llevó a su arquitecto, Juan de Herrera, a dar forma de parrilla invertida al Monasterio, en honor al santo.
3. “De idea fija” con la piedra filosofal
Según parece, Felipe II estaba “erre que erre” con hallar la piedra filosofal, esa sustancia que según la alquimia tendría propiedades extraordinarias, como la capacidad de transmutar los metales vulgares en oro.
Tal era su obsesión, que mandó construir la “Casa de Aguas” en una de las torres, un lugar que convirtió en laboratorio secreto donde los amantes de la alquimia eran invitados por el propio rey para encontrar la ansiada piedra filosofal. Y de hecho, dicen que llegó a consumir numerosos brebajes.
Incluso, en la gran biblioteca reunió un gran número de tratados relacionados con esta ciencia, la astrología y el ocultismo.
Muchos de esos libros estaban prohibidos por la Inquisición y se encuentran dados la vuelta para que no se pudieran leer sus títulos y tal vez para tenerlos localizados de manera rápida.
4. Obsesión por las reliquias sagradas
¡Esta historia es teta de monja! Felipe II mandó recoger reliquias de santos y mártires que se encontraran por toda Europa. Fue tal su fanatismo que llegó a coleccionar hasta 7.422, donde destacaban 11 cuerpos incorruptos de santos, 144 calaveras y 306 huesos, además de diferentes objetos considerados sagrados. Son especialmente conocidos los dos sobrecogedores armarios relicarios (a los que no les falta detalle) que están a ambos lados del altar mayor de la basílica y que muy pocos días se pueden ver abiertos, uno de estos días es el 1 de noviembre (Día de Todos los Santos). Normalmente están ocultos tras los retablos de los altares de la Anunciación (que contiene reliquias de santas) y el de San Jerónimo (que contiene reliquias de santos), que está ubicado delante de los aposentos de Felipe II.
Llegó a su colección: un paño con lágrimas de la Virgen, un cabello de Cristo y varias espinas de la corona con que fue martirizado, y hasta algunos clavos de la cruz. La parrilla, el instrumento en el que se martirizó a San Lorenzo es otra de las reliquias más destacadas: Felipe II ordenó buscar este objeto que tras una exhaustiva búsqueda se encontró en el monasterio de Santa María de Lavaix, en la provincia de Lleida. La realidad es que se halló una barra que “supuestamente” perteneció a la parrilla donde murió el santo y que tenía lo que parecía ser piel chamuscada ¡Ufff!
Hay quien colecciona sellos, monedas, cromos… Y, a éste le dio por los sagrados “souvenirs”.
¡Qué horror! El monarca tenía tal Diógenes, que a través de unas puertas que comunicaba con sus aposentos, podía acceder a su colección privada, donde rezaba y acariciaba a las reliquias.
Tenía tanta fe puesta en las reliquias que las utilizaba como remedio curativo de enfermedades y método de salvación. Una prueba de ello fue cuando ordenó que metieran la momia de San Diego de Alcalá en la cama su hijo, el príncipe don Carlos, tras sufrir una caída por las escaleras en Alcalá de Henares que le provocó graves problemas cerebrales ¡HASTA AQUÍ MI PACIENCIA! ¡Un verdadero trastornado!
Agárrense porque aún hay más: sus últimos días, postrado en la cama y víctima de altas fiebres y fuertes dolores, el rey pidió que le llevaran todas las reliquias a sus aposentos. También mandó a su confesor y al prior que le trajeran expresamente el brazo de San Vicente Ferrer, la costilla de San Albano y la rodilla de San Sebastián. Al verlas, las besó con fervor enloquecido, mientras los allí presentes rezaban ojipláticos para que el sufrimiento del moribundo rey acabara cuanto antes ¡No lo quiero ni imaginar! (Sin palabras).
5. Sala de los secretos
¿Te revelo un secreto? El monasterio de El Escorial esconde una oscura y pequeña sala cuadrada, sin ningún ornamento, situada en el antiguo convento, tras el Panteón de Infantes y es conocida como la sala de los secretos.
Su arquitecto, Juan de Herrera, logró que en esta sala dos personas colocadas en ángulos opuestos pudieran conversar susurrando y de cara a la pared sin que los que estuvieran en mitad de la sala les escucharan. Este fenómeno me recuerda a la galería susurrante de Grand Central Terminal de Nueva York y al Pabellón de los secretos de la Alhambra de Granada.
6. La bóveda plana
A la entrada de la basílica, nos encontramos con la famosa bóveda plana de Juan de Herrera, una proeza que retó a las leyes de la gravedad.
El monasterio de El Escorial estaba pensado para que habitara en él una comunidad de 50 monjes Jerónimos, pero el rey aumentó el número a 100 monjes. Esta decisión obligó a modificar las dimensiones del monasterio debiendo rediseñar el alzado del techo.
Felipe II, dudaba sobre si la bóveda plana sería capaz de soportar el peso y obligó al maestro a colocar una columna central.
Herrera construyó la bóveda de fuera hacia adentro, distribuyendo el peso en siete anillos concéntricos de piezas que actúan como cuñas, de modo que cada vez que se concluía uno de los siete anillos, entraban en carga y el conjunto se equilibraba, permaneciendo estable. De hecho, si quitamos los anillos de dentro hacia fuera, la bóveda no se cae.
Herrera estaba tan seguro de sus cálculos matemáticos que tiró de ingenio para demostrar que su bóveda se sostenía y realizó la columna pero hecha en cartón.
Cuando Felipe II la vio, alabó su labor pero Juan de Herrera derribó la columna con un manotazo. A lo que el Rey respondió sorprendido: “Herrera, Herrera, con el Rey no se juega”.
7. Encuentra los “ladrillos de oro”
Al observar desde la distancia el monumental edificio, cuando el sol ilumina el alto capitel de la cúpula, un poco por debajo de la bola que sustenta la cruz podrás ver unos destellos dorados y da la sensación de que hay ladrillos de oro.
Este fenómeno, en realidad lo produce el brillo de una tapa de bronce con una plegaria inscrita pidiendo la protección del edificio frente a los rayos. También dicen que se trata de la tapa de la caja que guarda reliquias de santos, entre ellas las de Santa Bárbara, y que se ubicaron en una de las torres con el mismo propósito: para proteger el recinto de las tormentas.
(Ja,ja,ja) viene que ni al pelo el refrán: “Solo te acuerdas de Santa Bárbara cuando truena”. O este otro: “No es oro todo lo que reluce”.
8. La primera y última piedra
De las cuatro fachadas de la construcción, merece la pena pararse en la fachada sur que es donde se encuentra la galería de “los convalecientes” que lleva a la Universidad y que servía de paso a los enfermos. Allí, debes buscar la placa que conmemora la puesta de la 1ª piedra.
Y la última piedra de la construcción del Monasterio del Escorial, fue colocada el 13 de septiembre de 1584 en una cornisa del patio de Reyes, en presencia del mismo Felipe II. Está emplazada en el lado izquierdo según entras por la puerta principal, en el último sillar de la cuarta cornisa del pórtico que soporta el techo de pizarra. Ésta fue marcada con una cruz negra horadada en la piedra. Es difícil de identificar, sin embargo con esta pista podrás ubicarla: justo encima (ya en el tejado), se perfila una silueta (una especie de cruz) a base de modificar la disposición del empizarrado que puede ayudarnos a su localización. Está hecha de tal manera que la base de la cruz señala cuál es la piedra.
Sobre dicho sillar se guardó una urna con un pergamino en el que se indicaba el día de la colocación de la última piedra y quién era el Rey, el Papa y el prior en ese momento.
9. Su último morador ilustre
¿Quién fue el último inquilino? El infante D. Gabriel de Borbón, hijo pequeño de Carlos III vivió en “La Casita del Infante”, construida para él, en la Dehesa de la Herrería, colindante al monasterio.
Sin embargo, su último inquilino relevante fue el rey emérito Juan Carlos I, que pasó en la casa sus años de soltería.
En la actualidad, son los Agustinos quienes viven allí.
10. ¿Quién hay enterrado en el Monasterio del Escorial?
En el Panteón Real descansan todos los Monarcas de España desde Carlos V, excepto dos (Felipe V y Fernando VI).
Están enterados Carlos V, Felipe II, Felipe III, Felipe IV, Carlos II, Luis I, Carlos III, Carlos IV, Fernando VII, Isabel II, Alfonso XII y Alfonso XIII, el rey consorte Francisco de Asís, marido de Isabel II y así como las Reinas que fueron madre de los Reyes.
Isabel de Borbón, primera esposa de Felipe IV a pesar de morir sin dejar sucesor al Trono, también fue enterrada en el Panteón por el interés que dedicó a su construcción.
De los 26 sepulcros de la cripta real, 24 están ocupados y los dos sitios restantes ya están reservados para Don Juan y Doña María de las Mercedes, condes de Barcelona, cuyos restos todavía están en el pudridero de reyes, en una sala donde los restos mortales tienen que permanecer 25 años hasta que sus cuerpos sean trasladados a sus sepulturas definitivas en el Panteón de Reyes o de Infantes.
Los reyes eméritos, Juan Carlos I y la Reina Sofía, no tienen lugar en el Panteón de Reyes. A día de hoy, se desconoce dónde descansarán sus restos. Una de las ideas que más se baraja, es que serán enterrados en la Catedral de La Almudena de Madrid.
¡Recapitulemos! Debemos encontrar la última piedra y la placa dorada, observar la obra de ingeniería de la bóveda plana, buscar en la gran biblioteca los libros cuyas portadas están boca abajo, observar las reliquias de los dos armarios del altar mayor (si están abiertas), y lo más bonito: contarle un secreto o declararte a tu pareja en la sala de los secretos.
¿Sientes ahora la curiosidad de conocerlo o regresar de nuevo?
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